NUESTRA HISTORIA

Vida en FM

Víctor Alexánder Yepes

Docente, director de Radio

Máxima, Institución

Educativa San Juan Bosco,

municipio Caicedo

“Encontré el tornillo que le hacía falta a mi consola

y mezclé bien mi vida”

Andrés Johan Gutiérrez

Capitulo I

E

n uno de los pasillos de la Institución Educativa San Juan Bosco, del municipio de Caicedo, antes de llegar a la oficina del núcleo educativo, a mano izquierda, te encuentras una puerta polarizada; al abrirla, observas dos micrófonos, una consola de sonido, un computador y una mesa forrada en fino paño gris. Entre un revoltijo de cables, en una silla giratoria reposa la humanidad de un joven cuya apariencia inspira con-fianza y sencillez. Su sonrisa radiante contrasta con el colorido de su gorra atravesada por una diadema de sonido.

“¡Buenas, bienvenidos a Radio Máxima!, ¿en qué puedo servirles?”, son las palabras en tono alegre y jovial, que utiliza Andrés Johan Gutiérrez cada vez que alguien ingresa a la cabina radial, donde pasa buena parte de su tiempo. El bichito de la radio le picó hace ya más de dos años, después de pisar suelos del antiguo Guamo (ahora Caicedo), luego de que su vida quedara a la deriva del destino; aún con los recuerdos tristes que le provocan las imágenes imborrables de la partida inesperada de su abuela, quien murió una tarde de marzo de 2003, cuando su corazón ya no quiso palpitar.

Con la mirada baja y en palabras frescas, relata: – “Cuando murió mi abuela, yo apenas tenía trece años, estuve viviendo en Medellín con varios tíos; pero no me adaptaba; fue así como decidieron que lo mejor era que estuviera con mi madre; pero bueno, ella ya vivía con un señor que no

era mi papá, y la verdad es que no me entendí con él para “nada”.

Con alegría recuerda su primer día en Caicedo después de bajarse del bus de Rápido Ochoa que abordó en la Terminal del Norte de la ciudad de Medellín. Su espíritu aventurero le estaba mostrando un nuevo lugar, donde podía ser un poco más libre, gracias a la caridad de algunas personas que le brindaban la oportunidad de trabajar para poder comer y dormir.

Cada día era un reto de subsistencia para él, más aún reconociendo sus debilidades para el trabajo material, al que definitivamente no estaba acostumbrado. El destino permitió que a la vida de Andrés llegara el “profe Alex”, como él le dice cariñosamente, y desde ese instante poco a poco se fue ganando un espacio en un mundo lleno de ondas sonoras. Una familia radial lo recibió en su regazo para darle, hasta ahora, la posibilidad

de aprender, ganándose la vida a punta de garganta y saliva.

A sus treinta años, Víctor Alexander Yepes, educador de profesión y residente en esta localidad hace ya diez años, goza del reconocimiento de toda la comunidad, gracias a su pasión por los medios de comunicación, a los que ha dedicado media vida. Este sopetranero de nacimiento llegó a estas tierras en 1998, nombrado como directivo docente de la escuela rural La Salazar. Allí, alejado no sólo de su familia, sino también de su afición por la radio, se las arreglaba para mezclar su soledad con los sonidos de viento, los grillos y los pájaros. En lugar de consola, una tiza, el micrófono, su voz, ahora su público estaba allí para verle totalmente en directo, un monólogo difícil de actuar; pero que con el paso del tiempo se fue convirtiendo en su estilo de vida. – “En La Salazar tuve la valiosa oportunidad de conocer la realidad de un país que en la anarquía y la indiferencia no me habían permitido mirar más allá de los titulares de las noticias, para acercarme a la tangible verdad de la guerra”, son las palabras que cortan su garganta cada vez que evoca los difíciles momentos de este absurdo conflicto que ya ha

comprado boleto eterno en su memoria. Jamás olvida las sonrisas de sus primeros niños estudiantes, como tampoco olvida sus tristezas, sus miedos e incertidumbres.

A pesar del largo tiempo que se había distanciado de la radio, cada noche se embarcaba en un mar de ensueños, cuando pensaba en la posibilidad de fundar una emisora. Una grabadora se convertía en su compañía; en ella practicaba lo que desde el colegio había aprendido:  no le importaba ser el productor, el locutor y el único radioescucha de sus espontáneos programas; sólo pensaba en estar de nuevo frente a un micrófono. Ésa era una pasión que ya había hecho metástasis en todo su ser. Hacia el año 2003, el profe Alex recibió con entusiasmo la noticia de su traslado para el casco urbano del municipio, y aunque sus apegos a esta comunidad no le dejaban gozar de felicidad completa, empacó sus nostalgias, juntó algunas lágrimas, con pasos lentos, divisó el horizonte y con un suspiro emprendió la marcha.  Sus pisadas se hicieron firmes, en su mente la ilusión, en su espalda un morral lleno de recuerdos, cargado además de mil sueños.

Don Elkin Restrepo, alcalde del municipio en su momento, recuerda cómo desde los primeros días el profe llegó vendiendo la idea de hacer radio. En una cafetería, un par de tintos, algunas sonrisas y media hora de palabras se convirtieron en una pequeña suma de dinero para comenzar a ponerle forma a la idea de una emisora en el pueblo.  “Seiscientos mil pesos es una cifra pequeña, pero motivadora”, alude don Elkin después de una sonrisa.

No pasó mucho tiempo para que ese primer granito de arena se convirtiera en el transmisor de Radio Máxima, gracias a un pequeño hombre de apariencia noble, corto de brazos, pero de corazón grande y amigo de las ondas hertzianas toda una vida. A Addid Martín Durango más conocido como Martín Cortico lo había conocido el profe por su hermano Hernán Yepes, quien después de marcharse eternamente; lo más seguro a instalar un transmisor en el cielo, había dejado no sólo sus sabias enseñanzas, sino también, en medio del polvo y debajo de la que fue su cama, una caja en lámina de acero que contenía un mosaico de cuerdas de colores, resistencias, transistores que sólo él entendía.

Martín sabía que ante la ausencia de su buen amigo, la mejor forma de recordarle era reviviendo aquel viejo aparato transmisor. No dudó en gastarle algunas noches enteras hasta hacerlo funcionar.

El logro se hizo tangible una noche de abril de 2003, cuando el profe Alex en compañía de juan Carlos Mariaca, personero de la institución escucharon la algarabía de un puñado de personas sentadas en una acera del pueblo, acompañadas de un equipo de sonido, aplaudían las primeras palabras que mágicamente llegaban a sus receptores radiales. Un grupo de estudiantes, desde la improvisada cabina, acompañaban esta proeza histórica; en sus caras estupefactas, pero alegres, se reflejaba el asombro por tal descubrimiento; saltaban, se abrazaban y hasta alzaban en hombros al profe.

La alegría de la primera señal de prueba había quedado atrás. Era ahora preciso pensar en cómo seguir haciendo realidad este sueño. Después de entregar la consola, el micrófono y la grabadora que le habían prestado, el precursor de tan magno evento, a pesar de la tristeza y la impotencia que le provocaban no poder continuar con su obra, decidió que la estrategia más acertada era unirse a un grupo de muchachos cuyas características

satisficieran su anhelo de formar líderes comunitarios; así nació “Occigenho” (Occidente nueva generación nuevo horizonte), grupo juvenil ecológico creado con el objetivo de empoderarse del proyecto de comunicación.

Como en toda convocatoria, muchos fueron llegando, pero pocos se quedaron. Mientras realizaba pequeños talleres de sensibilización en torno a la radio, otros chicos  inquietos  se  asomaban  por  las  ventanas  para  ver  en  acción  al  profe  y, por qué no, aprender un poquito. Esta situación le indisponía un poco para su trabajo, pero entonces recordaba un pasaje de la historia patria, cuando Marco Fidel Suárez logró llegar a la presidencia quizá con las mismas dificultades que estos jóvenes tenían.

La apariencia de los muchachos no era la mejor. Con sus actitudes demostraban que eran jóvenes sin límites, con un concepto errado de la libertad; incluso algunos de ellos ya despistaban la realidad pensando que el cannabis era el antídoto eficaz que les proveía felicidad. De ropas rasgadas por el uso y el tiempo, sus cabezas protegidas de cachuchas

desflecadas, cigarrillo en mano, lenguaje de calle, pero con ganas mostrarse al mundo fueron atrapados en el momento que el aula de radio quedó vacía, porque a los que parecía gustarles el tema habían descubierto que no era lo de ellos.  Entonces, Juan Carlos, Norbey, Yuber y Fernando rompieron sus miedos; con palabras suaves lo abordaron: “Profe, ¿nos deja?”, y él, desarmado de prejuicios, dejó que pasaran. No hubo reproches, tampoco preguntas; sólo instrucciones y reglas de juego.

Dispuesto a conseguir los recursos que le hacían falta, junto a la familia radial ya sólida y conformada, descubrió que las rifas, los bingos y las empanadas quizá muchas ganancias no dejaban, pero en algo sus esperanzas alimentaban. Después de comprar la consola con micrófono prestado, salió al aire la emisora; no sólo se escuchaba en el casco urbano, sino que también cubría casi todas las veredas. No se hizo esperar una lluvia de cartas que traían mensajes de amor, saludos y felicitaciones; muy rápido la noticia se regó por todas partes. Los almacenes vendían gran cantidad de radios.

Con beneplácito, la familia radial recuerda el momento en que les informaron que recibirían una importante ayuda del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF), con lo cual se podría mejorar los equipos tecnológicos para la emisora. Fue así como los discmans y las grabadoras fueron reemplazados por un DVD que, junto con el televisor de catorce pulgadas perteneciente al mencionado maestro, hizo el binomio perfecto para facilitar la programación.

  • “La administración municipal nos cedió un espacio con una línea telefónica. Nosotros nos rebuscamos unos pupitres viejos para acomodar los equipos y, luego de montar en una guadua la antena haciendo peripecias en el tejado, arrancamos”, dice Yuber Felipe

Molina, uno de los integrantes del equipo técnico de la emisora. Él es el más experimentado y preparado en locución. El estar desde los quince años frente a un micrófono, además de posibilitarle un manejo estupendo de la voz, le han hecho crecer como investigador y líder juvenil; en sus palabras: “encuentras la experiencia de un joven con un futuro lleno de posibilidades”, pues a través de la emisora, además de combinar sus estudios secundarios, ha recibido constantemente formación en diferentes diplomados y capacitaciones.

Él ya tiene definido que, por el resto de su vida, estará luchando por su verdadera pasión: los medios de comunicación.  Por eso, alardea convencido de que logrará ingresar a la universidad a estudiar comunicación social. Por ahora seguirá conquistando mundos desde el escenario de la radio, deleitando con su hermosa voz a un pueblo arraigado a las costumbres montañeras, con la fe puesta en construir una realidad desde los principios de la no violencia.

En la actualidad, Radio Máxima cuenta con un moderno set dotado de todos los elementos necesarios para hacer buena radio. Todo esto fue donado por el proyecto de Mejoramiento de la calidad de la educación que le inyectó a la iniciativa una partida de diez millones de pesos; además, hace algunos meses el viejo y obsoleto transmisor fue reemplazado por uno nuevo, de más alcance y con sonido estéreo, este último gracias al Comité Departamental de Cafeteros.

Con nostalgia, el director recuerda a uno de sus pupilos, Norbey Felipe Palacio, reconocido como el DJ Galán, quien ahora anda por ahí, sigiloso de no pisar una mina que le arrebate la vida o tal vez una pierna. Él se marchó a cumplir con su deber, pero cuenta los días para regresar a su nicho, con su familia y, claro, con su amada “radio”. Es que a este chico le ha tocado atravesar por muchas dificultades, entre ellas la pérdida de sus padres

y el recuerdo amargo del trágico accidente en el que sus manos detonaron el gatillo de una vieja escopeta dejada por ahí a su alcance cuando sólo tenía nueve años, lo que causó la muerte de su pequeña sobrina. Este hecho aún atormenta su mente; cada que lo recuerda, llueve en su rostro y se aflige su mirada.

Galán ha aprendido para la vida, no sólo arrancando los rojos granos de café que producen estas tierras:  la emisora le ha enseñado, entre otras cosas, a leer y a escribir su propia realidad. Después de ser estigmatizado, ahora es reconocido por toda una comunidad que valora su empeño, esfuerzo y deseo de superación. Con la fe puesta en su regreso esperan por él, además de sus amigos, el micrófono y la diadema de sonido que,

mientras, acaricia Andrés día a día, sacándole provecho a su mejor amigo, el computador, pero escuchando las palabras del profe también.

Además de la música, Radio Máxima es una herramienta educativa: programas como Muchachos a lo bien, Hablemos de salud, Secretos para contar, El mundo de los niños es así, La escuela de liderazgo femenino, entre otros, han permitido la vinculación y la integración interinstitucional de todas las organizaciones que trabajan para alcanzar la transformación social que necesita el pueblo.

Viento en popa y a pasos agigantados, esta emisora se pasea por el mundo a través de la maravilla del internet. En su página web se encuentra su historia, fotos, noticias, eventos y, lo más importante, se puede escuchar en vivo. El productor y director de la página es Andrés, quien se ha vuelto un experto en el tema.

Sentado en la silla de su escritorio, el profe Alex divaga en la confusión de sus dos viejos amores:  la radio y la educación.  Espera el silencio de la noche para modular sus penumbras, lanza un par de abrazos al más allá y duerme con los ojos enfermos de tanto soñar.

Capitulo II